Pablo Stefanoni y Ricardo Bajo
El golpe finalmente llegó. Pero no en Bolivia, Venezuela, Ecuador o Paraguay sino en la pequeña y olvidada Honduras, país que en los años 80 actuó como portaaviones en la guerra sucia estadounidense contrael régimen sandinista en Nicaragua. Y la pregunta surge de inmediato: ¿se trata de un golpe acotado a la situación interna de esta nación centroamericana, cuyo presidente, Manuel Zelaya, ensayó un curioso pasaje de la derecha conservadora al "populismo"sin una base política-social suficientemente sólida y articulada (1)? ¿O estamospresenciando un primer capítulo –en eleslabón más débil de la cadena– de una ofensivade mayores dimensiones de una derechaconservadora desplazada parcialmentedel poder en la última década;tendiente a clausurar el “giro a la izquierda”en gran parte del continente?
Llama la atención la firmeza y hasta temeridad con la queel gobierno de facto –apoyado por los partidos tradicionales, la cúpula empresarial,los grandes medios de comunicación, la curia católica y una parte no despreciablede la población hondureña– desafió a la OEA en su intento de reponer al presidenteexpulsado del poder en pijama y a punta de pistola el día en el que debía desarrollarse una consulta popular, no vinculante, sobre la necesidad de convocar a una AsambleaConstituyente.
El optimismo inicial sobre la posibilidad de restaurar el orden constitucional–impulsado con inédita unanimidad por la región, en el marco de los cambios operados con la administración Obama (Halimi, Pág.36)– se fue desvaneciendo frente a la consolidación de los golpistas en el poder y a su carta bajo la manga: convocara unas elecciones en las que la exclusión de Zelaya –impedido por la Constitución depostularse a la reelección– deja la vía libre a la restauración del poder conservador-oligárquico…por medio del voto popular.
Esta vez, a diferencia del golpe frustrado contra Hugo Chávez en 2002 la Casa Blanca cambió de inquilino y Obama condenó el golpe de Estado. No obstante, como señala el periodista Marcelo Cantelmi en una columna del matutino Clarín, el presidente de EE.UU. “puede preguntarse quién en Washington está dando vitaminas a un régimen mínimo, globalmente repudiado y que,en otras circunstancias, una leve brisa esfumaría.
Son los mismos sectores ultras que le cuestionaron su ‘debilidad’ con Irán y que
atacaron a su gobierno por la leve apertura hacia Cuba”. En síntesis, ¿hasta dónde Washington está comprometido con la restitución de Zelaya? El devenir de los próximos días dependerá ahora de la evolución de un incipiente frente popular que ha obligado al régimen a extremar las medidas represivas y la “estética” del golpe, que, en un primer momento, intentó disimular bajo la figura de la “destitución constitucional”.
Una disputa continental
Y a Honduras se suma una compleja realidad continental. En otro pequeño país de la región, Panamá, el dueño de supermercados Ricardo Martinelli acaba de asumir la presidencia –sin la presencia de ninguno de los mandatarios progresistas de la región– con la pretensión de “desafiar el péndulo ideológico de Latinoamérica” (2). En Paraguay, el Partido Liberal –aliado clave de Fernando Lugo– le retiró su apoyo al Presidente, cuyo programa de reformas se encuentra peligrosamente empantanado, con el riesgo de perder la base popular que lo votó, y su vida personal se vió alte- rada por varios escándalos de paternidad no reconocida mientras era obispo.
Las recientes elecciones parlamentarias en Argentina también introducen buenas dosis de dudas. El kirchnerismo –cuyo “modelo” parece bastante lejos de sus pretensiones de radicalidad nacional-popular pero se alineó sin dubitaciones con el bloque regional del cambio– sufrió una dura derrota electoral que favorece a un conglomaerado de fuerzas a su derecha, fundamentalmente el peronismo antiK.
Sin temor a exagerar, es posible interpretar las elecciones como una interna abierta peronista por definir la sucesión presidencial para 2011 (3). Y es sintomático que esta derecha que apenas se animó a defender públicamente su programa (reprivatización, vuelta al FMI, etc.) sí planteó con claridad sus críticas a la participación argentina en el bloque regional “chavista”. Y a estos inciertos devenires se suman dudas acerca de la evolución política de Brasil, Chile y Uruguay: de los resultados electorales de este y el próximo año dependerá la consolidación de UNASUR como novedoso actor continental y la posibilidad de avanzar en un nuevo modelo de desarrollo.
El entusiasmo sobre el “socialismo del siglo XXI” duró menos del tiempo necesario para problematizarlo con seriedad y hoy los objetivos parecen más modestos: evitar la erosión del rumbo post neoliberal de gran parte del subcontinente, con sus contradicciones y ambigüedades no poco numerosas.
Una meta que parece tener como condición de primer orden el fortalecimiento de la deliberación popular (a menudo ahogada por el reclamo de lealtad acrítica y demasiadas bocas cerradas), la construcción de una nueva institucionalidad capaz de articular democracia directa y representativa, además de la capacidad para reducir los niveles de corrupción, alinear la retórica igualitaria con una efectiva mejora de los indicadores sociales, y tener la precaución no confundir soberbia con radicalidad; o dicho de otra menera, consolidar las nuevas relaciones de fuerzas políticas y sociales sin caer en las polarizaciones artificiales (4).
De esta forma, América Latina pelea una batalla decisiva. No obstante, el alerta debería no sólo "cerrar filas" sino abrir debates: el pensamiento único es hoy tan malo como como lo fue ayer.
1 “Hacia mediados del año pasado, Zelaya tuvo la habilidad de percibir la necesidad de un cambio y empezó a virar su discurso, con un contenido más antioligárquico. Yo creo, sin embargo, que le faltó recorrer la enorme distancia entre las palabras y los hechos. Su acercamiento al presidente de Venezuela, Hugo Chávez, y a las políticas del ALBA despertaron aquí a los viejos fantasmas anticomunistas de la derecha más recalcitrante. La fuerte reacción en su contra no fue tanto por sus acciones, sino por lo que decía, por el temor de lo que pudiera hacer”, explicó el periodista yanalista político hondureño Manuel Torres.
2 Guido Bilbao, "Abanderado tropicapitalista al mando de Panamá", Crítica de la Argentina, Buenos Aires, 3-7-2009.
3 El ex presidente Néstor Kirchner fue derrotado en la provincia de Buenos Aires por el empresario Francisco De Narváez, aliado del alcalde de Buenos Aires Mauricio Macri y apoyado silenciosa pero efectivamente por el ex presidente Eduardo Duhalde. Alrededor de 7 de cada 10 argentinos votaron por opciones antikirchneristas.
4 Un ejemplo de una retórica nacional-popular que giraba en el vacío fue el intento del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner de plantear el conflicto con “el campo” como una reactualización tout court del viejo clivaje pueblo/oligarquía. P.S. y R.B.
© LMD ed. boliviana
El golpe finalmente llegó. Pero no en Bolivia, Venezuela, Ecuador o Paraguay sino en la pequeña y olvidada Honduras, país que en los años 80 actuó como portaaviones en la guerra sucia estadounidense contrael régimen sandinista en Nicaragua. Y la pregunta surge de inmediato: ¿se trata de un golpe acotado a la situación interna de esta nación centroamericana, cuyo presidente, Manuel Zelaya, ensayó un curioso pasaje de la derecha conservadora al "populismo"sin una base política-social suficientemente sólida y articulada (1)? ¿O estamospresenciando un primer capítulo –en eleslabón más débil de la cadena– de una ofensivade mayores dimensiones de una derechaconservadora desplazada parcialmentedel poder en la última década;tendiente a clausurar el “giro a la izquierda”en gran parte del continente?
Llama la atención la firmeza y hasta temeridad con la queel gobierno de facto –apoyado por los partidos tradicionales, la cúpula empresarial,los grandes medios de comunicación, la curia católica y una parte no despreciablede la población hondureña– desafió a la OEA en su intento de reponer al presidenteexpulsado del poder en pijama y a punta de pistola el día en el que debía desarrollarse una consulta popular, no vinculante, sobre la necesidad de convocar a una AsambleaConstituyente.
El optimismo inicial sobre la posibilidad de restaurar el orden constitucional–impulsado con inédita unanimidad por la región, en el marco de los cambios operados con la administración Obama (Halimi, Pág.36)– se fue desvaneciendo frente a la consolidación de los golpistas en el poder y a su carta bajo la manga: convocara unas elecciones en las que la exclusión de Zelaya –impedido por la Constitución depostularse a la reelección– deja la vía libre a la restauración del poder conservador-oligárquico…por medio del voto popular.
Esta vez, a diferencia del golpe frustrado contra Hugo Chávez en 2002 la Casa Blanca cambió de inquilino y Obama condenó el golpe de Estado. No obstante, como señala el periodista Marcelo Cantelmi en una columna del matutino Clarín, el presidente de EE.UU. “puede preguntarse quién en Washington está dando vitaminas a un régimen mínimo, globalmente repudiado y que,en otras circunstancias, una leve brisa esfumaría.
Son los mismos sectores ultras que le cuestionaron su ‘debilidad’ con Irán y que
atacaron a su gobierno por la leve apertura hacia Cuba”. En síntesis, ¿hasta dónde Washington está comprometido con la restitución de Zelaya? El devenir de los próximos días dependerá ahora de la evolución de un incipiente frente popular que ha obligado al régimen a extremar las medidas represivas y la “estética” del golpe, que, en un primer momento, intentó disimular bajo la figura de la “destitución constitucional”.
Una disputa continental
Y a Honduras se suma una compleja realidad continental. En otro pequeño país de la región, Panamá, el dueño de supermercados Ricardo Martinelli acaba de asumir la presidencia –sin la presencia de ninguno de los mandatarios progresistas de la región– con la pretensión de “desafiar el péndulo ideológico de Latinoamérica” (2). En Paraguay, el Partido Liberal –aliado clave de Fernando Lugo– le retiró su apoyo al Presidente, cuyo programa de reformas se encuentra peligrosamente empantanado, con el riesgo de perder la base popular que lo votó, y su vida personal se vió alte- rada por varios escándalos de paternidad no reconocida mientras era obispo.
Las recientes elecciones parlamentarias en Argentina también introducen buenas dosis de dudas. El kirchnerismo –cuyo “modelo” parece bastante lejos de sus pretensiones de radicalidad nacional-popular pero se alineó sin dubitaciones con el bloque regional del cambio– sufrió una dura derrota electoral que favorece a un conglomaerado de fuerzas a su derecha, fundamentalmente el peronismo antiK.
Sin temor a exagerar, es posible interpretar las elecciones como una interna abierta peronista por definir la sucesión presidencial para 2011 (3). Y es sintomático que esta derecha que apenas se animó a defender públicamente su programa (reprivatización, vuelta al FMI, etc.) sí planteó con claridad sus críticas a la participación argentina en el bloque regional “chavista”. Y a estos inciertos devenires se suman dudas acerca de la evolución política de Brasil, Chile y Uruguay: de los resultados electorales de este y el próximo año dependerá la consolidación de UNASUR como novedoso actor continental y la posibilidad de avanzar en un nuevo modelo de desarrollo.
El entusiasmo sobre el “socialismo del siglo XXI” duró menos del tiempo necesario para problematizarlo con seriedad y hoy los objetivos parecen más modestos: evitar la erosión del rumbo post neoliberal de gran parte del subcontinente, con sus contradicciones y ambigüedades no poco numerosas.
Una meta que parece tener como condición de primer orden el fortalecimiento de la deliberación popular (a menudo ahogada por el reclamo de lealtad acrítica y demasiadas bocas cerradas), la construcción de una nueva institucionalidad capaz de articular democracia directa y representativa, además de la capacidad para reducir los niveles de corrupción, alinear la retórica igualitaria con una efectiva mejora de los indicadores sociales, y tener la precaución no confundir soberbia con radicalidad; o dicho de otra menera, consolidar las nuevas relaciones de fuerzas políticas y sociales sin caer en las polarizaciones artificiales (4).
De esta forma, América Latina pelea una batalla decisiva. No obstante, el alerta debería no sólo "cerrar filas" sino abrir debates: el pensamiento único es hoy tan malo como como lo fue ayer.
1 “Hacia mediados del año pasado, Zelaya tuvo la habilidad de percibir la necesidad de un cambio y empezó a virar su discurso, con un contenido más antioligárquico. Yo creo, sin embargo, que le faltó recorrer la enorme distancia entre las palabras y los hechos. Su acercamiento al presidente de Venezuela, Hugo Chávez, y a las políticas del ALBA despertaron aquí a los viejos fantasmas anticomunistas de la derecha más recalcitrante. La fuerte reacción en su contra no fue tanto por sus acciones, sino por lo que decía, por el temor de lo que pudiera hacer”, explicó el periodista yanalista político hondureño Manuel Torres.
2 Guido Bilbao, "Abanderado tropicapitalista al mando de Panamá", Crítica de la Argentina, Buenos Aires, 3-7-2009.
3 El ex presidente Néstor Kirchner fue derrotado en la provincia de Buenos Aires por el empresario Francisco De Narváez, aliado del alcalde de Buenos Aires Mauricio Macri y apoyado silenciosa pero efectivamente por el ex presidente Eduardo Duhalde. Alrededor de 7 de cada 10 argentinos votaron por opciones antikirchneristas.
4 Un ejemplo de una retórica nacional-popular que giraba en el vacío fue el intento del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner de plantear el conflicto con “el campo” como una reactualización tout court del viejo clivaje pueblo/oligarquía. P.S. y R.B.
© LMD ed. boliviana